Después de unos días aislada en medio del seco campo castellano en un pueblo recóndito y feo, en una linda casa antigua tan fría como el hielo, volver a la calefacción es fácil, pero no al trabajo.
Se me ha ocurrido que no es tan malo estar encerrado si tienes buenos libros. Yo, tan cosmopolita, tan metropolitana, me he hecho al placer de sentarte al fuego e ir echando madera al tiempo que pasas buenas páginas.
En éstas, terminé de leer otro de los regalos de mi novio. Se trata de un libro de correspondencia entre Herman Hesse y Stefan Zweig, dos mastodontes de la primera mitad del siglo XX. Descubrí a Hesse devorando los viejos libros de mi padre: Colecciones de relatos, Bajo la rueda, Viaje al Oriente... Aunque mi interés nació por la recomendación de mi primer profesor de Filosofía, en el instituto; Demian junto a El idiota de Dostoyevski. Pronto me llegó a lo más profundo y leí también rápidamente El lobo estepario y Siddharta después. Son libros siempre cercanos a la naturaleza, en que un alma perdida, atormentada se muestra. Eran tiempos difíciles y el escritor humilde de Cawl (Selva Negra) sobrevivía con problemas duros de salud al paso de la vida, siempre buscando el anonimato y yendo más allá, más hondo, también con la pintura. Siempre me ha tocado esa sensibilidad que expresa Hesse en todas sus obras. A Zweig lo conocí más tarde, ya en la carrera, leyendo una parte de La lucha contra el demonio. Y me cautivó su increíble capacidad para describir todo tipo de sentimientos, de situaciones. Me encanta su manera de recrear vidas de otros, de grandes personajes cercanos a él. Después leí, en cuestión de horas, Novela de ajedrez, una novela corta que habla del encarcelamiento de un artista, un magnífico jugador de ajedrez que acaba por volverse loco. La capacidad de Zweig de adentrarse en la psicología y los demonios de sus personajes es asombrosa, parece que lo conoce todo. Debía de sentirlo efectivamente todo él mismo en sí, pues el escritor de Viena acabó por suicidarse en Petrópolis, en su exilio en Brasil.
Esta correspondencia surgió en 1903 por Hesse y continuó a lo largo de los años hasta 1938, cuatro años antes de que Zweig se matara. Compartieron sus sentimientos e intereses, se intercambiaron obras y las correspondientes críticas, se apoyaron, se publicitaron mutuamente, se prologaron...también compartieron amigos -como Thomas Mann y Romain Rolland- y se visitaron. Incluso tomaron caminos similares durante las guerras -unidos al pacifista francés Rolland- y ayudaron a otros a sobrevivir en esos tiempos difíciles ante las adversidades que a ellos les asediaban por dentro y por fuera.
Me encantan, me han hecho disfrutar muchísimo, por eso os escribo esto. Aunque no esperen que las cartas sean muy profundas, no son como las Cartas a un joven poeta de Ranier Maria Rilke, esas son increíbles y no tienen ningún desperdicio. Éstas son las cartas entre dos amigos que se estiman y te permiten adentrarse en sus vidas, en sus problemas diarios y en sus reflexiones más íntimas.
Por otra parte, está editado en Acantilado, una editorial muy elegante con muy buenos libros.Sé que estas palabras son torpes, pero esto es lo que me ha salido...
Herman Hesse |
Stefan Zweig |
Fotos tomadas de Google
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